Papa León

Comento la elección del nuevo Papa con este artículo que Lucio Brunelli ha publicado en su blog. Reproduzco el artículo y remito a la versión original. Añado solamente la sorpresa personal por el nombre que el cardenal Robert Prevost ha elegido, León XIV. En los pontificados del último medio siglo, el nombre ha sido particularmente significativo de un temperamento y de un programa.

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(Lucio Brunelli) Fue su emoción, aunque heroicamente contenida, la que conmovió de inmediato el corazón de la gente que en la plaza de San Pedro y en millones de hogares en todo el mundo esperaba al nuevo Papa. Ninguno de sus predecesores, en sus primeras apariciones públicas, había tenido que luchar tanto para no dejarse abrumar por ese sentimiento humano. Después impresionó su mirada, mansa. Y por último, pero no por orden de importancia, persuadieron sus palabras. El contenido de sus palabras, que no fueron sólo un saludo sino, en síntesis, un discurso programático. Pensado, escrito. La alegría del anuncio de Cristo, en primer lugar. Porque solo Él nos es verdaderamente “necesario”. No una Iglesia ceñuda, replegada sobre sí misma, quejumbrosa. Una iglesia misionera, gozosamente misionera.

La continuidad de un camino en el gran surco de Francisco (que era el surco del Concilio). La paz, “desarmante y desarmada”. Los puentes, el diálogo, la sinodalidad. Las palabras que no solo los “lejanos” sino también los numerosos “cercanos” (que en estas semanas han dado gracias a Dios por el don del papa Francisco), deseaban escuchar. Palabras pronunciadas con firmeza, con convicción, con corazón. La relación entre León y Francisco es límpida y transparente.

Fue el primer Papa argentino quien nombró obispo a Prevost en 2014, confiándole una diócesis de un millón de almas en Perú. Y fue el mismo Francisco quien lo llamó a Roma en 2023 y lo puso al frente del estratégico dicasterio vaticano que se ocupa de la elección de los nuevos obispos, la clase dirigente de la Iglesia católica.

Continuidad que no significa imitación. El Papa León XIV será un Papa más “clásico” que Bergoglio. Lo hemos visto ya en la elección de las vestiduras, la muceta, la capa roja que Francisco rechazó aquel 13 de marzo de 2013. Seguramente lo veremos también en otras cosas. La continuidad se mide en la sustancia, no en las formas. El consenso rápido y masivo sobre su nombre, en la Capilla Sixtina, habla también de una inclinación natural del nuevo obispo de Roma al diálogo, a la escucha, al rechazo de las polarizaciones, tanto en el mundo como dentro de la Iglesia. La sencillez de aquel Ave María recitado desde el balcón de las bendiciones junto con la multitud conmovió a todos. ¿Progresista o conservador? Las categorías ideológicas aplicadas a la Iglesia son cosa de otra época. En su primera homilía, el viernes por la mañana con todos los cardenales, las palabras más verdaderas sobre cómo quiere vivir el servicio al que ha sido llamado: «…desaparecer para que Cristo permanezca, hacerse pequeño para que Él sea conocido y glorificado (cf. Jn 3,30), entregarse completamente para que a nadie le falte la oportunidad de conocerlo y amarlo. Que Dios me conceda esa gracia, hoy y siempre, con la ayuda de la tiernísima intercesión de María, Madre de la Iglesia».

Es el primer Papa estadounidense de la historia. Hasta ahora siempre había existido una suerte de veto no escrito, restringido al perímetro católico. Los cardenales sudamericanos no veían con buenos ojos a un Papa yanqui, y muchas otras iglesias locales del mundo consideraban que el peso geopolítico de la nacionalidad era demasiado engorroso para un Papa estadounidense, sobre todo en la era de Yalta. Robert Francis Prevost era el “candidato” más apropiado para revocar ese veto. Su biografía lo pone a salva del riesgo de un Papa transformado en capellán de la Casa Blanca. Ha vivido en Perú como misionero durante más de veinte años. Es su segunda patria. Tiene doble ciudadanía. En su primer discurso habló en italiano y en español, para saludar a los fieles latinos. No es y no será un papa político. No creo que organice cruzadas contra Trump. Pero ciertamente no permanecerá en silencio si su conciencia le impone criticar actos de gobierno claramente incompatibles con un sentido cristiano de la vida.

Ya lo hizo como cardenal, hace pocas semanas. En X (antes Twitter) el 13 de febrero publicó un artículo en la revista América de los jesuitas que criticaba el uso que Vance hacía del concepto de “ordo amoris”, para justificar las duras políticas de inmigración de la Casa Blanca (como si fuera posible teorizar un “orden jerárquico” en las relaciones de amor establecidas por un cristiano, según el cual los compatriotas deberían ser “más amados” que los extranjeros). Un concepto teológico mal tomado en préstamo de san Agustín. El cardenal Prevost pertenece a la familia religiosa de los agustinos. Evidentemente no aceptaba lecciones sobre la teología del santo de Hipona por parte del vicepresidente de Estados Unidos. En otra ocasión, el pasado 15 de abril, el actual Papa reprodujo el post de Rocco Palmo (un conocido comentarista católico ítalo estadounidense) sobre el inquietante caso de la deportación ilícita de un inmigrante ilegal en El Salvador, Abrego García, víctima de un muy probable error judicial. El post concluía con estas palabras, dirigidas a los presidentes de Estados Unidos y El Salvador: «¿No ven el sufrimiento? ¿No les perturba la conciencia? ¿Cómo pueden no hacer nada?».

Concluyo contando una pequeña pero significativa anécdota. El muro del veto antiestadounidense en la Sixtina ya comenzó a agrietarse en el cónclave de 2013. Entre los papables figuraba el entonces cardenal de Boston, Sean Patrick O’Malley. Un franciscano veraz, en primera línea en la lucha contra la plaga de la pedofilia en el clero estadounidense, plaga que precisamente en Boston había sacudido a la histórica y poderosa diócesis católica. Sabemos, por un libro de Gerard O’Connel, que, a pesar de la desconfianza atávica hacia la hipótesis de un Papa norteamericano, el cardenal O’Malley obtuvo diez votos. Uno de ellos provenía del cardenal de Buenos Aires, Jorge Mario Bergoglio.