(Alver Metalli). Bergoglio le precedió un mes en la muerte, o en la vida verdadera, que José Pepe Mujica no descartaba a priori. Para él, el acontecimiento inexorable llegó el 13 de mayo, día de la Virgen de Fátima. Fue el primer presidente latinoamericano en reunirse con el Papa argentino. En aquella ocasión, el Papa Bergoglio lo calificó de sabio, “un hombre sabio”. Lo entrevistamos años después de aquel encuentro, no muchos. Recordaba perfectamente aquel momento, aunque con un deje de ligereza dijo que se sentía viejo. Tenía entonces 82 años, pero lo intuía. «Uno de mis muchos defectos es el de no recordar las etapas por las que he pasado, sobre todo ahora que no tengo mucho tiempo por delante e intento centrarme en las claves del tiempo que viene». Con esta profética frase comenzaba la entrevista que le hice y que repropongo ahora para recordarle con el respeto que se merece.
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¿Por qué dice de sentirse viejo?
Viejo no en el sentido peyorativo, sino más bien en el sentido de la eternidad, por lo menos de eternidad humana. Yo me considero un admirador político de la Iglesia católica, apostólica y romana.
¿“Admirador político”?
Sí, admiro el trabajo de la iglesia católica, la obra civilizadora gigantesca que realizó en términos humanos a pesar de sus defectos. La lengua y la presencia de la iglesia católica en América Latina son las dos columnas vertebrales de la formación de nuestro modo de ser. No reconocerlo es señal de superficialidad. Los pueblos latinoamericanos, sobre todo los pobres, son masivamente creyentes, y a lo largo de toda nuestra historia la iglesia tuvo una enorme participación en la construcción de nuestras nacionalidades. La iglesia está profundamente entrelazada con nuestras raíces. Lengua e iglesia son las dos cosas que más nos unen. Que yo tenga mis dudas como creyente, es otra historia. La cuestión de fondo es cómo es la gente de mi pueblo, de mi sociedad, quiénes somos los latinoamericanos, y eso lo debo entender y respetar. Por eso cuando a la iglesia le disputan su espacio, la legitimidad de su presencia, no puedo ser neutral, me siento amigo, como institución y como historia. Yo sé que a la Iglesia se le pueden reprochar muchas cosas, pero es mucho más lo que debemos reconocerle. Porque en definitiva, lo que habría para cobrarle son los defectos de los hombres, no de la iglesia, no de la institución.
¿Y a usted de dónde le viene esta sabiduría, esa tradición? ¿De sus padres, su historia, las experiencias que tuvo…? Porque no es común escuchar hablar así a un político de izquierda que fue presidente del país más laico de América Latina.
Siempre fui un aficionado a la historia de nuestra Latinoamérica, y mirara donde mirase, me encontré con la iglesia por todos lados. Desde la época de la revolución y del nacimiento y afirmación de las ideas republicanas. En todas las gestas emancipadoras americanas siempre hubo la pluma de un sacerdote detrás del pensamiento de los libertadores. Porque los sacerdotes eran un caudal de formación universitaria, del pensamiento de su época; eran los que conocían la filosofía antigua y el pensamiento moderno, el humanista y el científico, y lo retransmitían. Es muy difícil concebir a nuestro Artigas sin algunos curas que tenía al lado.
En las épocas más duras, más primitivas, la iglesia tuvo un rol de santuario, de conservación de la sabiduría primitiva de la civilización greco-romana que se conservó en los monasterios, y de alguna manera en un mundo duro y de barbarie y de guerra, como fue el feudalismo, mantuvo encendida la mechita de la civilización. Después vinieron otros tiempos, pero la historia de la iglesia, a lo largo de los siglos, fue como un protector para recoger y conservar parte de esa vieja sabiduría que había acumulado el dolor la humanidad. La transmitió, con mayor o menor conciencia, como una espora del futuro.
¿No hubo ningún sacerdote que influyera en usted?
Probablemente sí. Tuve muchos amigos entre los frailes conventuales franciscanos, algunos de ellos vivían en Italia hasta hace poco. En definitiva, estoy convencido de que lo más fundamental del hombre es la fe. Vivimos en tiempos de ciencia, pero si me quitas la fe, no existe la sociedad. Es un acto de fe si voy a un banco, pongo unos pesos y me dan un papelito, porque yo creo que me los van a devolver cuando se los pida. Tengo mercadería, la vendo porque me la van a pagar; es un acto de fe, ¿yo cómo sé si me lo pagan? Toda la sociedad está construida sobre la fe. El día que derrumbemos la fe estamos terminados.
La pregunta sigue planteada. ¿Esta actitud suya, crítica y valorizadora de lo que es la iglesia en la historia de la humanidad, de lo que es la fe para la vida de los latinoamericanos, del pontificado de Francisco, tiene su origen en los estudios que hizo, en el conocimiento que maduró a través de los años o hay algo más en su experiencia personal?
Ambas cosas. Desde el punto de vista histórico, cuanto más atrás miro en la historia de los grupos humanos siempre me encuentro con gente que cree en algo que va más allá de su propia vida. Que es sobrenatural. Considero que el hombre es el animal más utópico que existe. Porque necesita creer en algo, en algo no tangible, no cuestionable, en algo que está más allá de él mismo. Creer es una característica antropológica del hombre. La evolución de las religiones es el desarrollo adulto de esa necesidad.
Ayuda a bien morir, dijo una vez…
Estuve internado en la sala de hospital y vi morir gente. Y muchas veces pensé que, si la religión cumple con la función de ayudar a bien morir, ¡bendita sea la religión! En el dilema de la vida y muerte necesitamos creer en algo más allá, que no se corrompe. ¡Cuidémosla, prestémosle atención a la religión! Yo, con mis límites, no la puedo cuestionar. Por eso la respeto. La religión es un servicio humano, una necesidad humana. Respeto la actitud religiosa del hombre en general, es cierto, pero yo soy de Occidente, nací en América Latina. La imagen que aquí sembraron de Dios tiene un rostro cristiano, apostólico, romano. Y eso ha penetrado profundamente en millones y millones de latinoamericanos. ¡Quién soy yo con mis dudas delante del universo para cuestionar el valor que éste tiene! Tengo que respetarlo. Por eso le decía que soy un admirador político del rol de la iglesia católica. ¡Claro, me pueden tirar a la cara los defectos de este o de aquel, los límites de una persona o de otra! ¡Pero de qué nos sorprendemos! Si está formada por hombres y los hombres somos eclécticos, pecadores, llenos de errores. ¿Qué culpa tiene la iglesia?
¿Se puede decir sin retórica, sin que parezca una exageración dialéctica, que los años del Papa Bergoglio han cambiado la historia?
Yo creo que son una ventana abierta. Él es un formidable luchador social. Por la igualdad, por la misericordia, por el derecho a la compasión, por tratar de hacer entender que la fraternidad es vital entre los hombres, por darse cuenta de que triunfar en la vida no es acumular riquezas.
Es una lucha dura la suya, y sé que muchos no van a estar de acuerdo. Pero está dando pasos civilizadores y ante el tribunal de la historia tendrán mérito y reconocimiento.
Cuando éramos jóvenes luchábamos por el poder. Que en su aspecto digno es la lucha para mejorar la civilización a la que pertenecemos. No para crear un mundo perfecto, sino para ir subiendo escalones de humanidad. Yo al Papa lo veo como un luchador formidable que usa todo su peso institucional para golpear nuestra conciencia, para convocar a la sociedad, para mostrar que es posible un mundo un poco mejor. Pero también depende de nosotros. Por eso me considero amigo ideológico del Papa, y lo acompañaré en todo lo que pueda. Tengo mucha confianza en lo que hará, mucha confianza.
Cuando fue a visitarlo en mayo de 2015, dijo: “si sigue así, me hago católico…”. Era una broma, por supuesto. ¿Usted repetiría hoy algo así?
Yo soy un acólito del Papa. Mis dudas con Dios son filosóficas. O tal vez yo creo en Dios. Tal vez, no sé… O tal vez como me estoy acercando a la muerte, lo estoy necesitando…
Al Osservatore Romano, usted le habló de lo que lo une a Bergoglio. “Creo que por caminos muy distintos ambos percibimos el drama humano y las condiciones de ese drama humano que está a la base de América Latina y también del mundo. Es inevitable una identificación con Francisco”. ¿Cuál es ese drama humano, esa tragedia que está a la base de América Latina? ¿Dónde lo ve?
Está en una cultura funcional a la ganancia que ha creado el propio sistema capitalista. Esa cultura que se ha difundido con fuerza por todas partes y nos convierte a todos en compradores desesperados. Tenemos que consumir. Consumir y comprar, siempre cosas nuevas y distintas, como si ese fuera la desiderata de la felicidad humana, y no nos damos cuenta de que cuando compramos cosas estamos pagando con el tiempo de nuestra vida; en cierto sentido, junto con el dinero que hace falta para comprar, nos gastamos también nosotros. Después nos damos cuenta de que no nos queda tiempo para los afectos, para la fraternidad, para el que está enfermo, para las cosas que no dan ganancias. Pero que dan el gusto de vivir.
La vida no debe ser una carga. La vida debe ser un mensaje de felicidad. No hay que confundir la idea de felicidad, que es un equilibrio profundo, con la idea simplista de placer. La felicidad en el fondo implica la libertad: qué hago, qué elijo, si tengo tiempo en mi vida para hacer aquellas cosas que tienen un significado. Pero si tengo que trabajar, trabajar y trabajar para pagar cuotas y cuotas y cuotas, y el auto no me sirve porque tiene que ser más nuevo y grande, y después que tengo la casa, necesito la casa en la playa para ir a bañarme, y después me tengo que desesperar porque necesito un hombre que me ayude a cuidar lo que tengo porque si no me roban… Y cuando me quiero acordar, se me fue la vida y no me quedó tiempo… Y yo no quiero que a mi hijo le falte nada, como me faltó a mí… Sí, pero le faltas vos, no tenés tiempo para andar un par de horas con tu hijo de la mano y llevarlo a un partido de fútbol… Tiempo para las cosas más elementales de la vida. Para los afectos, los afectos humanos. Ésa es la trampa de nuestro tiempo. Y casi sin darnos cuenta nos volvemos incapaces de compadecernos del clamor de los demás; ya no lloramos ante el drama de otro o no nos interesa ayudarlo a sobrellevarlo, como si eso fuera una responsabilidad de alguien más que no tiene nada que ver con nosotros. Perdemos la calma y nos ponemos nerviosos si el mercado ofrece algo que todavía no pudimos comprar, mientras todas las vidas truncadas por la falta de posibilidades parecen un mero espectáculo que no nos altera.
Mejor pobres que alienados…
No estoy haciendo una apología de la pobreza, estoy hablando de sobriedad. Vivir con lo necesario, con lo imprescindible. Pero tener tiempo para gastar en cosas que sin perjudicar a otros generan sentimientos, solidaridad, amistad. Es muy elemental lo que estoy diciendo, y creo que el mensaje cristiano, en el fondo, no puede estar muy apartado de eso.
No puede ser que este mundo sea un valle de lágrimas para ir después al paraíso. No. Ni valle de lágrimas ni paraíso. Acá está todo, y si hay un más allá, la raíz está acá. Hoy la idea de triunfar coincide con la de acumular riquezas. Sea como sea. ¡Pero si al final nos iremos desnudos de este mundo como vinimos! No le encuentro mucho sentido a esa manera de vivir, a esa obsesión por poseer. Me parece que el mensaje cristiano recoge el viejo principio griego: nada en demasía.
Los latinoamericanos hemos logrado nuestros estados, pero todavía tenemos que construir la nación. Una nación es algo que va más allá de nuestras fronteras políticas, que nos necesita a todos, porque en un mundo que se está achicando y apretando cada vez más, para existir tenemos que unirnos, tenemos que acentuar nuestra interdependencia para conservar nuestra independencia.
¿Más dependencia para una mayor independencia?
Insisto mucho en los fundamentos sobre los que nos apoyamos, las dos raíces de nuestro ADN: la lengua y la tradición de la Iglesia católica. Con la primera pensamos, soñamos, proyectamos, escribimos poesías y hacemos matemática; con la segunda introducimos en este circuito los significados propios de la herencia religiosa que hemos recibido.
¿Qué significa construir la nación?
No quiere decir borrar la frontera o la bandera. Eso es secundario. Es construir un alero que nos proteja, donde todos tengan reparo y sombra. Europa lleva muchos años tratando de alcanzar una integración. En su historia hubo guerras, enfrentamientos, divisiones, y llegó un momento en que un puñado de gobernantes tuvieron la sabiduría y la audacia de decir: dejemos de matarnos y construyamos una casa común.
Este tema de la integración de América Latina era muy importante para Alberto Methol Ferré, un compatriota suyo muy apreciado por el Papa Francisco, como usted pudo comprobar en su viaje a Roma, cuando le regaló el libro La América Latina del Siglo XXI.
Claro, por eso Methol Ferré era mi amigo. Yo pienso en clave metholiana, y el Papa también. Methol era un personaje heterodoxo con una libertad de pensamiento fenomenal, un tipo de una tremenda audacia intelectual, cosa difícil de encontrar en el clima de dogmatismo intelectual contemporáneo.
Methol Ferré consideraba que la integración era una necesidad histórica de América Latina para no caer en lo que él llamaba “el coro de la historia” y poder tener protagonismo en un mundo de estados continentales…
No se puede hacer por una imposición militar o política, porque nunca realiza una verdadera integración. Debe ser el convencimiento de las mutuas conveniencias lo que acerca y da origen a proyectos comunes. Los latinoamericanos debemos aprender que para no pertenecer al coro de la historia y ser verdaderamente independientes debemos depender cada vez más los unos de los otros. Allí está China, cada vez más dentro de nuestro horizonte latinoamericano. El imperio más viejo de la tierra, con una tradición milenaria y un conjunto de culturas, acostumbradas a ser chinas, pero que son muchas. Al lado está la India, un estado multinacional de proporciones enormes. Y Europa, que está construyendo una gigantesca unidad, que tendrá contradicciones y retrocesos, pero sigue avanzando en la dirección correcta. ¿Qué hacemos nosotros en un mundo así? ¿Nos balcanizamos? Tenemos que pensar mucho y a fondo en estas cosas, ver lo que tenemos en común. Me siento un francotirador de esta lucha.
¿Cómo se ve el nuevo presidente de Estados Unidos desde el sur de América (Primera presidencia de Donald Trump, N.d.A)?
Es un florecimiento del ultranacionalismo dominador. El nacionalismo es una fuerza importante para perpetuar la identidad de los pequeños países, el hiper-nacionalismo de los grandes países, en cambio, es una herramienta imperial peligrosísima porque tiende a desequilibrar el mundo y a crear conflictos.
Lo que más me duele es que anunció que piensa aumentar hasta 4000 millones de dólares el presupuesto militar. Inmediatamente tuvo la respuesta del parlamento chino, que decidió aumentar 7 puntos el suyo. ¡Estamos locos! ¿Estamos gastando 2 millones de dólares por minuto en el mundo en presupuestos militares y queremos aumentarlo todavía más? Estamos locos. El hombre nunca tuvo tantos recursos como hoy para enfrentar los fantasmas del hambre y la desnutrición, de la falta de agua y de las enfermedades, pero los está malgastando. El hombre puede crear ríos nuevos, hace treinta años que existen proyectos de ese tipo, puede comunicar, a través del Sahara, el Océano Índico con el Atlántico y crear una sucesión de mares interiores que aumenten la eco-transpiración, contribuyan a mitigar el clima y aumentar el nivel pluviométrico del África Subsahariana; el hombre puede cuidar la meseta del Tíbet, donde nacen los cuatro ríos principales que sostienen a la humanidad, puede hacerlo, tiene los recursos y tiene la ciencia, pero no se pone de acuerdo, malgasta, tira el dinero. Prefiere rechazar a los pobres, a los emigrantes, que se ahoguen en el Mediterráneo, en vez de emplear recursos para generar desarrollo en África para que la gente no tenga que emigrar.
Ésa es la lucha del Papa.
Usted dijo en las Naciones Unidas, en septiembre de 2013, pocos meses después de la elección de Bergoglio, que “Nuestra época es portentosamente revolucionaria, como no ha conocido la historia de la humanidad, pero no tiene conducción consciente, política, tiene una conducción simplemente instintiva”
Lo confirmo. Nos está dirigiendo el mercado, los negocios…
¿En este sentido se puede decir que esta conducción consciente la está marcando el Papa?
En el sentido de que está marcando una línea, la línea de la responsabilidad colectiva. Todavía estamos razonando y reaccionando como países, pero en este momento tenemos la obligación de pensar como especie. Hay que empezar a cuidar el barco con el que navegamos en el universo: la tierra. Es una responsabilidad global. La globalización existe, pero para lo financiero, para el negocio, para el mercado; no hay globalidad para las decisiones que tienen que ver con el equilibrio y la necesidad de preservar la tierra y la vida.
También tenemos responsabilidad sobre todas las vidas no conscientes. El universo, o Dios, nos han dado la consciencia para interpretar los fenómenos de la vida; tenemos la responsabilidad de hacerlo, como hermanos mayores; tenemos que cuidar la vida, la vida en el sentido más genérico del término. Y sin embargo la estamos depredando. Aunque sabemos cada vez mejor lo que hay que hacer, o habría que hacer. Hace treinta años que los hombres de ciencia nos dijeron lo que está pasando y lo que va a pasar. Y no pudimos corregirnos.
Usted recomendó la lectura de la encíclica Laudato si poco después de que fuera publicada por el Papa, precisamente por la manera como trata estos temas…
Exacto. Por eso me siento amigo y compañero del Papa y de su lucha en estos frentes.
Los mexicanos y los centroamericanos se sienten agredidos por Trump, por su política anti migratoria. Tienen buenas razones para sentirse amenazados; sus economías dependen enormemente de su poderoso vecino. ¿Pero esto no podría ser también una oportunidad? Quiero decir, México, que en cierto sentido es la frontera de Estados Unidos con América del Sur, y la misma América Central, se verán obligados a integrarse más con el resto de América Latina, como ocurrió con Venezuela, a mirar más hacia el sur, a intensificar las relaciones con esa parte del continente de la que progresivamente se fueron alejando.
Si, si, si… Probablemente aprenderemos más del dolor que de la bonanza. Y probablemente pagaremos un alto precio por este proceso. Nosotros tenemos que estar más cerca de México y de América Central. Y ellos de nosotros. Nuestros gestos en defensa de México hasta este momento han sido demasiado débiles. El problema de México es un problema de todos nosotros. La agresión no termina en la frontera, empieza en la frontera.
Y tenemos que acercarnos a África. Tenemos una idea estereotipada de África. La aristocracia de Nigeria consume carne inglesa y quesos franceses. Es un disparate. Es como besar la mano del amo. Tenemos que acercarnos mucho más al dolor del sur y acercarnos los latinoamericanos entre nosotros.