El alambique del General (Confidencias sobre los carismas de un futuro Papa)

(Alver Metalli) En estos tiempos que obligan al cambio, tiempos dolorosos, desafiantes y también confusos – como son precisamente estos momentos – he recordado una circunstancia del pasado que permite comprender, creo, la perspectiva innovadora que contienen aquellas lejanas observaciones. Era el año 2008, a los 22 días del mes de julio. Un martes para ser más exactos. En pleno centro de Buenos Aires, en la sede de una institución relacionada con el Derecho, Bergoglio – en aquel momento arzobispo de Buenos Aires y presidente del episcopado argentino – presentaba un libro del padre Giussani por invitación de los responsables de Comunión y Liberación. Era la cuarta vez que lo hacía*, y en esta oportunidad se trataba de ¿Se puede vivir así?, una antología de diálogos publicados en 1994 cuyo subtítulo es “Un acercamiento extraño a la existencia cristiana”. En esa oportunidad, como en las anteriores, Bergoglio afirmó en primer lugar que aceptaba las invitaciones del movimiento local de C.L. por la gratitud que le inspiraba Giussani. Cuando conoció sus escritos – repitió – sintió que eran “para él”, que le “acomodaban la vida”.

Pero a diferencia de las veces anteriores, Giussani ya había fallecido. La cuestión de su presencia, ahora que el fundador de C.L. ya no era una referencia viva, era más actual que nunca y creo que Bergoglio había captado la inquietud que existía en ese momento y quería ayudar de alguna manera a la identificación del carisma en ausencia del fundador. Por eso en la presentación decidió detenerse «en un punto que no se encuentra en las reflexiones de Giussani y plantear el problema», dijo después de haber expuesto algunos de los principales conceptos del libro sobre el que estaba hablando. Con sencillez, Bergoglio afirmó: «Giussani ha muerto. Nos dejó sus escritos, sus intuiciones, sus enseñanzas, su escuela, su camino». La pregunta que se hacía Bergoglio era «¿qué supone hacerse cargo de la herencia de un fundador, en concreto de la herencia escrita? ¿Cuál es la hermenéutica para hacerlo?». Resultaba evidente que su planteo no era precisamente una pregunta retórica. Inmediatamente agregó que «la gran tentación que existe en estos casos es codificar la herencia y hacer un manual de las ideas o de los dichos, de Giussani en este caso».

Dijo todo esto teniendo a su lado a los responsables de Comunión y Liberación en Argentina, frente a poco más de un centenar de personas. Creo que de alguna manera quería alentar a los presentes para que siguieran adelante, presintiendo una cierta, inevitable y larga dispersión en la base de Comunión y Liberación.

Después del encuentro público, le preguntaron en privado por qué estaba tan preocupado. “Porque les pasa a todos”, respondió. Es decir, porque la desaparición del fundador plantea a quienes lo siguen un problema inevitable. Poco antes, en el auditorio, había afirmado: «Esto es válido para todos los carismas. Lo proponemos ahora que

todavía está viva la voz de Giussani. Pero dentro de veinte años habrá que tener muy en cuenta este criterio».

¿Cual es el criterio y cómo se lo tiene en cuenta?

Dos semanas después de la presentación en Buenos Aires, el cardenal Bergoglio volvió a advertir sobre el riesgo de codificar la experiencia cristiana, ante un público que no era de CL y sus simpatizantes. Fue cuando presentó el libro Convivir, del fundador de la Comunidad de San Egidio, Andrea Riccardi. Para explicar su preocupación recurrió a una anécdota de la historia de la Compañía de Jesús, fundada por san Ignacio de Loyola, a la que él mismo pertenece. Contó un momento de la epopeya jesuita referida al responsable último de la Compañía, que se denomina con un título militar, General. Vale la pena volver a leer un pasaje de las notas que tomamos en aquel momento.

«Ya el tercer General después de san Ignacio tuvo la tentación de codificar la intuición ignaciana de la fórmula del Instituto y de las constituciones y empezaron a aparecer reglas para todo el mundo: para los sacerdotes, para los estudiantes, para el sacristán, para el portero… Todo lo que tenían que hacer estaba codificado». Es probable que Bergoglio se estuviera refiriendo a Everardo Mercuriano, elegido en 1573, un presbítero belga, tercero en la línea de sucesión después de Diego Laínez (elegido en 1558) y Francisco Borgia (elegido en 1565). Obsérvese la duración promedio del mandato de los tres primeros superiores generales que fue de siete años. A continuación Bergoglio siguió diciendo: «Mucho después, durante el pontificado de Pio XI, un General de la Compañía recodificó todas las reglas, es decir que los jesuitas pasaron por una segunda destilación, un segundo alambique. Este General redactó lo que se denomina el Epítome [el compendio] del Instituto de la Compañía, donde se mezclaba la Constitución y las Reglas, todo bien codificado por temas; un aparato crítico muy grande. Ese General, un hombre muy santo, fue a ver al superior de los benedictinos y le llevó como regalo lo que había escrito. El benedictino lo miró y le dijo: ‘Padre, con esto acaba de matar la Compañía’». El General, citado una vez más de manera espontánea por Bergoglio, debía ser el polaco Włodzimierz Ledóchowski, que precisamente cubrió el pontificado de Pío XI como preboste desde 1915 hasta 1942.

Bergoglio respondió entonces a su propia pregunta – “Cómo asumir la herencia de un fundador” – con las sugerencias que hizo san Vicente de Lerino [N.d.A. Escritor eclesiástico de la Galia meridional del siglo V] para preservar la integridad de la fe: ser fiel al dinamismo histórico y a los diferentes lugares, tiempos y personas y, al mismo tiempo, conservar el carisma en su riqueza más profunda haciéndolo caminar, no envasándolo. «El carisma de don Giussani, en este caso, se conservará si a lo largo de los años se consolida, no si se pone en conserva; es decir, si a lo largo de los años echa raíces en los hombres y mujeres, si se dilata y adquiere otras formas según el tiempo, si se sublima en expresiones cada vez más ricas según la época. Es un riesgo, sin duda, pero mayor riesgo es la codificación, tener el carisma enlatado». El arzobispo se dirigió luego directamente a “los que siguen” el carisma de don Giussani: «O se animan a caminar en fidelidad al carisma y a los tiempos que se están viviendo o se anquilosa y deja de ser fecundo».

He vuelto a escuchar el eco de estas confidencias amistosas de hace tantos años en las palabras que dirigió el Papa, el sábado 16 de septiembre de 2021, a los responsables de los movimientos convocados a Roma para hablarles sobre las responsabilidades de gobierno en las asociaciones laicales. En esta oportunidad reciente volvió a relacionar la fidelidad al carisma con el cambio: «En efecto, pertenecer a una asociación, a un movimiento o a una comunidad, sobre todo si se refieren a un carisma, no debe encerrarnos en una “torre de marfil”, hacer que nos sintamos seguros, como si no fuera necesario dar respuesta alguna a los desafíos y a los cambios». Al igual que en 2008, observó que «es comprensible que, tras la muerte del fundador, la fidelidad se entienda como una forma de protección. Es una tentación que ocurre con frecuencia en las nuevas congregaciones o en los nuevos movimientos, y por lo tanto considerar que no hacen falta cambios puede convertirse en una falsa seguridad. ¡Las novedades también envejecen pronto!». Y al igual que en aquel momento, ha sugerido que para salvaguardar una herencia de la que han nacido formas de educación y de presencia, hay que «profundizar cada vez más ese carisma y reflexionarlo, para encarnarlo en las nuevas situaciones». Formas diferentes que, por supuesto, no cambian lo esencial.

* “El atractivo de Jesucristo” (1999), “El sentido religioso” (2001) e “Por qué la Iglesia“(2005).

 

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