La niña que le susurraba a las sombras

Un artículo del prefecto del Dicasterio para la comunicación del Vaticano sobre el libro “Amore di ombra” de la joven escritora argentina Verónica Cantero Burroni. Hermoso el título elegido por el Osservatore Romano, culto y afectuoso el texto de Paolo Ruffini (en la fotografía Verónica en el Meeting de Rimini en 2018). Publicamos a continuación la traducción al español de Inés Giménez Pecci

(Paolo Ruffini). Hay sombras y sombras. Sombras que te protegen y sombras que te confunden. La sombra de alguien que vela por nosotros nos reconforta desde que la descubrimos por primera vez de niños, luego la buscamos y finalmente la añoramos en los brazos de nuestra madre.

Las sombras malignas, en cambio, nos asustan. Desde la infancia, también nos recuerdan la existencia del mal y la importancia de la luz.

En última instancia, las sombras guardan nuestros secretos. Podemos reflejarnos en nuestra sombra. Pero también podemos tener miedo de nuestra sombra. Podemos olvidar nuestra sombra, pero también añorarla. Y cuando nos parece que nosotros mismos estamos rotos en pedazos, fragmentados, podemos redescubrir en nuestra sombra la frágil pero indestructible unidad de lo que somos: cuerpo y alma iluminados por una luz que nos trasciende.

En pocas palabras, las sombras nos hablan. Y el secreto para comprenderlas reside en el que las mira.

Conozco a Verónica Cantero desde que era poco más que una niña. Y ya escribía libros. Escribía como una tejedora. Pero de historias, que bordaba incansablemente mezclando observaciones, recuerdos e invenciones. Escribía para no olvidar, para transmitir, para imprimir en su memoria lo que había sabido ver. Y también lo que sólo había visto en su imaginación. Escribía en busca de lo esencial, que – como le enseñó el zorro al Principito de Antoine de Saint-Exupéry – es invisible a los ojos. Escribía entrelazando los hilos de muchas historias en una sola. Que continúa. La del hombre que se busca a sí mismo. Y su primer libro publicado fue una historia de sombras robadas, El ladrón de sombras. Una historia sorprendente y original.

Parafraseando a Hipócrates, Ermanno Olmi dijo al final de su vida terrenal que muchos de nosotros vemos, pero pocos conocemos. Vemos sin mirar. Miramos sin comprender.

La cuestión es que se requiere una manera diferente de ver las cosas.

Una manera que – explicó Olmi citando a Tolstoi – quizás sólo los niños conocen plenamente:

“Para Tolstoi sólo había dos maneras de llegar a la verdad: o el arte más elevado del pensamiento, o la inocencia de los niños. ¿Sabes lo que dijo? “Desafío a los mejores escritores a escribir como escriben los niños”. Y, fíjate bien, lo dijo como escritor. Como Picasso, cuyo mayor deseo era dibujar como los niños. Tolstoi y Picasso, dos rebeldes”.

Verónica tiene ese don de saber ver. Citando al Papa Francisco y al escritor latinoamericano Miguel Ángel Asturias, explicó el secreto de esta manera diferente de ver las cosas. Que depende de tener ojos especiales.

Si los de carne sirven para captar la realidad, los otros ojos, los de vidrio, sirven para ir más allá: “Cuando escribo con mi ojo de carne observo la realidad, cuando escribo con el de vidrio la transfiguro”.

Saber ver más allá: ése es el secreto, la capacidad de ir más allá de las apariencias; de sembrar la posibilidad de un más allá en la comprensión de las cosas; de bordar historias que nunca están ni completamente acabadas ni completamente vistas y contadas; porque la historia continúa.

En sus libros el más allá no indica una alternativa sino una continuación; no indica un salto (algo inconmensurable) sino una continuidad, un dinamismo, un crecimiento que abraza el misterio de la vida.

Albert Einstein decía que la luz es la sombra de Dios. Porque si Dios, que es puro Espíritu, «cuando se materializa, no puede manifestarse sino a través de la luz, la luz no puede ser otra cosa que eso: la sombra de Dios».

Ciertamente las sombras que protagonizan este segundo libro que Verónica Cantero les dedica son luminosas, como la nube que envolvió a Pedro, Juan y Santiago cuando Jesús – según cuentan los Evangelios – se transfiguró delante de ellos. Y luminosas son las sombras que describe el niño Useppe en la obra maestra de Elsa Morante, La Storia, para mostrar cómo se hace para descubrir el signo que uno espera:

“¿Y cómo reconocerlo? pregunté.

Y me respondieron:

Su signo es la SOMBRA LUMINOSA.

Todavía se puede conocer al que lleva este signo

que irradia de su cuerpo pero al mismo tiempo lo confina.

Y por eso se llama LUMINOSA

pero también SOMBRA.

El sentido común no es suficiente para percibirla.

Pero, ¿cómo se explica un sentido? No existe un código.

[…]

A lo mejor se ve, a lo mejor se oye, a lo mejor se adivina

ese signo.

Algunos lo esperan, algunos lo preceden, algunos lo rechazan,

algunos creen descubrirlo cuando están a punto de morir.

Y sin duda es por ese signo que en el río Jordán

de entre toda la confusa multitud anónima

a uno de ellos el Bautista le dijo: –  ¡Eres tú

quien debe bautizarme, y me pides el bautismo! -.

Sombras sombras sombras luminosas, luminosas, lu-mi-no-sas…”

No es casualidad que Verónica Cantero haya ganado el premio infantil Elsa Morante con su primer libro sobre las sombras.

En efecto, su manera de ver y de narrar es luminosa y difractada, supera obstáculos, rompe esquemas, produce golpes de efecto, y por eso va más allá de la línea de sombra.

Las sombras que pueblan este relato a veces son caprichosas, pero sólo porque están obstinadamente unidas al deseo de recuperar – de una forma u otra – la unidad perdida. El amor roto. O, como dice Verónica Cantero en un bellísimo poema, hacer que la alegría no sea efímera, que pueda florecer incluso en medio de las espinas que nos clava la vida.

La sombra, entonces, es el espejo de este deseo más grande.

Indivisible y, sin embargo, dividida. Impalpable y, sin embargo, presente. Sombría y, sin embargo, capaz de amar.

Con una extraordinaria habilidad para mantener vivo el relato sin que haya un verdadero antagonista, Verónica consigue construir la historia de una investigación y también de un renacimiento.

En busca de la sombra perdida, reconstruye y vuelve a desplegar el hilo del tiempo. En realidad busca el sentido de todo ello (“desde que te perdí, me perdí a mí misma”). Y al hacerlo revela la imposibilidad de borrar el pasado, de eliminarlo de un plumazo. “Como si el agua pudiera lavar el sentimiento de culpa”. Pero también explica la posibilidad de rescatarlo, de transfigurarlo, de convertirlo en futuro.

El pasado pasa, pero permanece. Sólo puede ser transfigurada por la capacidad de mirar en profundidad, de “mirar con inocencia” lo esencial, más allá de la apariencia; la unidad más allá de la división; lo espiritual más allá de lo material.

Y para eso sirve el arte de contar historias. La escritura puede volver a unir lo que está dividido, contar lo inesperado, narrar el alma de las personas, ver lo que son en el fondo. Como un artesano o un carpintero que – decía san Agustín – puede ver en el tronco no tanto lo que es, sino lo que será. De la misma manera un escritor o una escritora  puede ver en cada historia que comienza todos sus muchos posibles desarrollos y los entreteje.

Como escribió el Papa Francisco en su Mensaje para la Jornada de las Comunicaciones Sociales 2020, todos necesitamos historias que alimenten nuestra alma.

“El hombre es un ser narrador. Desde la infancia tenemos hambre de historias como tenemos hambre de alimentos. Ya sean en forma de cuentos, de novelas, de películas, de canciones, de noticias…, las historias influyen en nuestra vida, aunque no seamos conscientes de ello. A menudo decidimos lo que está bien o mal hacer basándonos en los personajes y en las historias que hemos asimilado. Los relatos nos enseñan; plasman nuestras convicciones y nuestros comportamientos; nos pueden ayudar a entender y a decir quiénes somos.

El hombre no es solamente el único ser que necesita vestirse para cubrir su vulnerabilidad (cf. Gn 3,21), sino que también es el único ser que necesita “revestirse” de historias para custodiar su propia vida. No tejemos sólo ropas, sino también relatos: de hecho, la capacidad humana de “tejer” implica tanto a los tejidos como a los textos. Las historias de cada época tienen un “telar” común: la estructura prevé “héroes”, también actuales, que para llevar a cabo un sueño se enfrentan a situaciones difíciles, luchan contra el mal empujados por una fuerza que les da valentía, la del amor. Sumergiéndonos en las historias, podemos encontrar motivaciones heroicas para enfrentar los retos de la vida.

Así es para los jóvenes protagonistas de Amor de sombra. Los pequeños héroes de una historia mágica persiguen una redención basada en el amor. Y nos hacen mirar con nuevos ojos las sombras que pueblan nuestras vidas, espejos de nosotros mismos.