Lobo Siberiano

“¡Quiero unooo!”

Si la que pronuncia esta frase es María Débora Dos Santos, de Manaos, el pedido se vuelve un mandato, una orden perentoria e indiscutible. Y aún si el objeto de su deseo es un Lobo Siberiano acostumbrado a temperaturas polares, María Débora Dos Santos debe ser complacida. A cualquier precio.

Importado entonces de Siberia a Brasil, donde el calor llega a los 38, 40, 42 grados e incluso más, cuando el racionamiento de electricidad inutiliza heladeras y ventiladores, Totó se arrastra cada vez más cansadamente llevando en sus ojos el recuerdo de lejanas y felices correrías por la nieve.

Una advertencia clara y explícita sobre las trágicas consecuencias del absurdo desinterés del hombre por el equilibrio de la naturaleza, pero sobre todo una acusación contra la incapacidad de los padres para decirle “no” a sus hijos, que terminan creyéndose omnipotentes.

Breve y fulminante, afilado como un apólogo, frio como un reportage y vibrante como una apelación desesperada, una pequeña novela perfecta que recuerda el mejor realismo sudamericano.

Lobo Siberiano ha recibido una mención de mérito en el Premio de Literatura para niños y fue seleccionada por la Biblioteca Internacional de Mónaco para la Selección del White Ravens.

 

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