Rumbo al futuro

El siguiente artículo fue publicado por el Osservatore Romano y el portal Vatican News con ocasión de la salida de la edición italiana de Tierra prometida. Lo volvemos a proponer para acompañar la publicación de la edición española que se distribuye en estos días.

(Lucio Brunelli) Ese año las cosas iban muy bien para don Giussani. La experiencia de Gioventù studentesca, formada por él mismo, vivía su época de máxima expansión en las escuelas de Milán y su obispo, el cardenal Montini, la observaba con gran benevolencia. Sin embargo, precisamente en ese año 1960, don Giussani soñaba con dejar Italia e ir a Brasil como misionero acompañado por un grupo de chicos y chicas de GS. Estaba convencido de que el “mundo entero” es el único horizonte del cristiano y “el que trabaja sin este ideal puede ser profundamente honesto, radicalmente ascético, quizás heroico, pero no un verdadero cristiano”.

Ese gran deseo de Giussani está documentado en una carta que el sacerdote escribió al obispo de Belo Horizonte el 9 de marzo de 1960. «Durante muchos años -le confiesa- he deseado dedicarme a una Iglesia más necesitada que la de Milán: tengo 38 años, enseñé dogmática en el seminario de Venegono y teología oriental en la facultad de teología de esa ciudad, y todavía enseño apologética a los sacerdotes del ‘quinto año’. Si Su Excelencia no me rechazara, quisiera proponer esta solución concreta a Su Eminencia el Cardenal Montini… Me permito preguntarle a Su Excelencia si sería posible que mis jóvenes y yo llevemos a cabo con usted este proyecto para el que nos estamos preparando desde hace tantos años…».

La carta está contenida en la monumental biografía de don Luigi Giussani que publicó Alberto Savorana en 2013. Vaya a saber qué forma -cabe preguntarse- habría adquirido la experiencia de GS en Italia, vaya a saber también si hubiera nacido el movimiento de Comunión y Liberación tal como lo conocemos hoy, si a principios de los años 60 don Giussani hubiera obtenido el permiso para emprender en primera persona la aventura misionera que soñaba vivir en América Latina… Evidentemente el permiso no llegó pero pocos meses después de enviar esa carta vemos a don Giussani zarpar muy emocionado a bordo de un barco comercial, el Delphic Eagle, con destino a Brasil para verificar personalmente la factibilidad de una expedición misionera de sus jóvenes a la zona de Macapá donde el santo empresario Marcello Candia, su amigo, se proponía construir un hospital para la gente necesitada.

Al año siguiente, 1961, Giussani estaba de nuevo en el puerto de Génova, despedido por una pequeña multitud de sus jóvenes, y embarcando de nuevo con rumbo a Brasil. Esta vez su destino era Belo Horizonte, con sus ardientes puestas de sol que se hicieron legendarias en la historia del pueblo de don Giussani. Fue el comienzo de una presencia que, en los años siguientes, tomaría diversas formas y entre altibajos y mil derivaciones se extendería a otros países de lengua española de América Latina.

Es una historia poco conocida la que ahora, en el centenario del nacimiento de don Giussani, nos cuenta el periodista Alver Metalli en el libro Tierra prometida (editorial Biblos, 2023). El título evoca el sentimiento apasionado del sacerdote lombardo cuando hablaba del continente latinoamericano: “tierra del futuro” la llamó en una entrevista de 1983 a 30Días.

El relato comienza en Argentina. Una docena de jóvenes monjas trapenses procedentes del convento de Vitorchiano, en Lazio, y formadas en la escuela espiritual de don Giussani, desembarcaron en Buenos Aires y se convirtieron en el núcleo fundador de una nueva abadía, dedicada a la Madre de Cristo, en la pampa profunda. Corría el año 1972. Pocos meses después de llegar, las hermanas recibieron la visita de don Giussani, que volvió a visitarlas al año siguiente y las señaló como ejemplo “misionero”. Porque la misión no es cuestión de activismo, sino de testimonio y apertura del corazón.

Alver Metalli reconstruye con rigor el entramado de encuentros y circunstancias que favorecieron el desarrollo del movimiento de don Giussani en América del Sur. Como el encuentro casual en Roma con Fabio Bellomo, exiliado político peronista que se había visto obligado a salir de Buenos Aires para escapar de la represión de los militares y tropezó accidentalmente con algunos militantes de CL que vendían Il Sabato frente al Panteon.

Se registra después una sucesión de encuentros culturales entre las dos orillas del océano, entre Rímini y Montevideo, Santiago de Chile y Buenos Aires. Figuras como el filósofo uruguayo Alberto Methol Ferré, íntimo amigo del presidente Pepe Mujica; el uruguayo Guzmán Carriquiry, colaborador vaticano de cuatro papas; el padre Baldo Santi, responsable máximo de Caritas chilena en la época del dictador Pinochet; el venezolano Luis Enrique Marius, sindicalista de la CLAT; el ingeniero paraguayo Luis Mayer y el teólogo argentino Lucio Gera, fundador de la “teología del pueblo” tan apreciada por Jorge Mario Bergoglio.

Está la historia de las revistas Incontri y Nexo, que permiten conocer nuevos rostros y abren espacio para nuevas reflexiones, con el filósofo Rocco Buttiglione y el incansable don Francesco Ricci quienes, en sus andanzas latinoamericanas, se encuentran en 1981 en el colegio Máximo de San Miguel, en el conurbano bonaerense, donde es rector un jesuita que más de treinta años después será Papa.

En algunas ocasiones Alver Metalli tiene que abandonar el papel de historiador para asumir el de testigo de los hechos narrados. Tierra prometida, de hecho, es también en cierto modo la autobiografía de su autor. La historia se detiene en 1984, pero la vida de Alver continúa. De periodista estrella de la revista mensual internacional 30Giorni a voluntario de tiempo completo en la comunidad parroquial de La Cárcova, una de las más miserables y peligrosas villas miseria de la periferia de Buenos Aires.

Experiencias -ésta y muchas otras vividas sin estridencias en Perú, México, Brasil…- en las que se sigue percibiendo el eco de aquella alegría de comunicar el Evangelio de Cristo que hace más de sesenta años animó a don Giussani a imaginar para sí mismo un futuro sacerdotal misionero en América Latina y cruzar por primera vez el océano rumbo al Nuevo Mundo.